El cine musical no ha vuelto a ser lo que era desde que Gene Kelly
dejó de coreografiar, dirigir y bailar. Cuando se cumplen los cien años
de su nacimiento, queda el hueco de un verdadero autor capaz de
tatuarse en la retina del espectador de cualquier generación Cantando bajo la lluvia.
Aquella escena legendaria en la que no necesitó
más pareja de baile que el chaparrón, el paraguas y una farola la había
rodado acatarrado y con fiebre, pero acabó convirtiéndose no solo en su
imagen más icónica, sino en el comienzo del respeto hacia un género a
menudo denostado por los analistas más sesudos.