El
volovelismo es sin duda uno de los más bellos deportes del aire. Es común
hacer referencia al mítico anhelo del hombre por superar sus límites
naturales y volar.
Icaro no es su primera manifestación pero sí, quizás, la más representativa.
Pues bien: volar en un planeador es lo que más se acerca a ese ideal primitivo. Un
pájaro más entre los pájaros, deslizarse por la altura con una naturalidad
en la que nada interfiere.
Nada se violenta, nada se fuerza. No hay motor y por lo tanto, tampoco ruido. Todo es simple, eso es lo que hay que aprender. Se acepta a la naturaleza tal y como se presenta, y se la aprovecha. Luego, allí arriba, uno disfruta de un placer diáfano y puro. La posesión del espacio sin los apremios del tiempo, una visión que es totalmente distinta a nuestra forma de mirar y ver todos los días. No sólo más amplia sino también más bella, la placidez y el silencio de un movimiento sin tropiezos. La sensación inefable de sentirse sostenido por el aire. Allí arriba uno vuela.
Nada se violenta, nada se fuerza. No hay motor y por lo tanto, tampoco ruido. Todo es simple, eso es lo que hay que aprender. Se acepta a la naturaleza tal y como se presenta, y se la aprovecha. Luego, allí arriba, uno disfruta de un placer diáfano y puro. La posesión del espacio sin los apremios del tiempo, una visión que es totalmente distinta a nuestra forma de mirar y ver todos los días. No sólo más amplia sino también más bella, la placidez y el silencio de un movimiento sin tropiezos. La sensación inefable de sentirse sostenido por el aire. Allí arriba uno vuela.
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